sábado, 27 de agosto de 2011

Recuperando a Bach

Hace poco vinieron a casa unos amigos con su hijo de dos años. Mientras él jugaba muy entretenido con unas maravillosas cajas vacías convertidas en universos enteros, los “adultos” charlábamos tranquilamente. Se me ocurrió poner algo de música y elegí a Bach. Dejé la música muy bajita sólo para que acompañara el ambiente. En cuanto empezó a sonar, el niño dejó sus cajas y vino corriendo hacia donde estaba la cadena. Se plantó delante de ella y simplemente, empezó a bailar. Nos miraba de vez en cuando con una sonrisa en la cara, pero seguía vuelto hacia el objeto de su fascinación, hacia el lugar de donde provenía la música.
Muy probablemente dentro de un tiempo las cajas ya no serán universos, sólo cajas vacías. Y Bach será “un rollo”. A eso le llamamos “etiquetar”. Así funcionamos. Poco  a poco vamos limitando objetos, personas, situaciones vividas. Vamos restringiendo nuestra visión, y perdiendo posibilidades, a la par que creamos redes neuronales cada vez más fijas. ¿Sabías que un bebé nace con 100.000 millones de neuronas? En ese momento, cualquier cosa es posible, ya que no habrá redes sólidas entre ellas que se impongan a otras. A medida que las vaya creando, las posibilidades se irán reduciendo. Por ejemplo: un bebé de 6 meses es capaz de distinguir entre las caras de monos que a nosotros nos parecen idénticos a través de fotografías. A los 9 meses ya no será capaz, porque se acostumbrará a ver adultos humanos, y su cerebro desechará una habilidad que no le es útil (*). Michelle de Haan, del University College de Londres dijo al respecto:”Generalmente, pensamos en el desarrollo como ganar habilidades, de modo que es sorprendente que los bebés pierdan ciertas capacidades a medida que crecen.” Pero así es. Lo mismo ocurre con nuestra capacidad de escucha, por ejemplo. Y sigue ocurriendo como adultos, a medida que etiquetamos cosas como no importantes, no válidas, imposibles, inútiles, aburridas y un largo etcétera. Simplemente con poner nombre a las cosas, dejamos de ver las cosas para ver los nombres.
Sin embargo todo este proceso es necesario para desenvolvernos en el mundo, la experiencia y su volcado en lenguaje abstracto son necesarios para poder tomar decisiones cada vez más complejas y centrarnos con rapidez. Pero una vez más, estamos ante una herramienta que ha de servirnos y no dirigir nuestra vida. Si perdemos toda nuestra inocencia, si damos por hecho que las cosas son como las llamamos, el mundo se irá haciendo cada vez más pequeño, más oscuro y más aburrido, levantaremos murallas cada vez más altas y nos obligaremos a recorrer nuestras vidas a través de estrechos pasillos... y pensaremos que ese laberinto que nos hemos inventado es la realidad. Haríamos bien en revisar nuestras etiquetas, atrevernos a retirarlas por un instante y volver a mirar, volver a experimentar como si no supiésemos cómo son las cosas. A poco que nos pongamos a ello dejaremos que la vida pueda brillar en un espacio más grande. Mirar con una perspectiva nueva, y más amplia, es todo un reto para el ego, que se identifica con las creencias pasadas y se aferra a su seguridad, pero no hay nada más sanador y bello que levantarse por la mañana y proponerse descubrir algo nuevo en lo conocido. Si lo haces, verás la magia crecer en tu vida, y a la vida crecer en la magia.
Y para empezar a practicar, tal vez puedas ir al trabajo por un camino diferente, apagar la tele para disfrutar del sabor de la comida con los ojos cerrados, sentir la vida en tu cuerpo por un instante, quedarte quieto y comprobar que esa misma vida late por todas partes. Introduce pequeñas novedades y ellas serán las maestras que te enseñen a mirar para ver realmente la grandeza de lo que observas.
Yo, aquí y ahora, te invito a cerrar los ojos y escuchar este concierto como si no supieras lo que es un violín :)
Vídeo subido por Classical music only
*experimento realizado en la Universidad de Sheffield (South Yorkshire, GB) dirigido por Olivier Pascalis.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Conceptos: Religión y Espiritualidad

Muchas veces se confunden términos que en la práctica significan cosas muy diferentes. Vamos a ver si podemos arrojar un poco de luz sobre esta confusión.
A poco que miremos, todos tenemos las preguntas vitales a flor de piel, preguntas sobre el sentido de la vida que no se pueden responder con lo físico aparente –al menos por ahora-. La espiritualidad es el impulso que intenta dar respuesta a esas preguntas: quiénes somos, a dónde vamos, qué hacemos aquí. La espiritualidad es, por tanto, una condición innegablemente humana, que además suele quemar cuando no se le presta atención.
Ahora bien, ante la necesidad espiritual, ante la búsqueda de plenitud, se pueden escoger dos grandes vías: la religiosa o la personal.
La vía religiosa se servirá de una religión. Por religión nos solemos referir a una institución organizada que dicta una normativa moral de comportamiento en función de las respuestas que ella ofrece a las cuestiones vitales. En algunas  religiones, si se observa esta normativa, si se acoge y cumple, está garantizada una salvación eterna. Pero ¿salvación de qué? En muchos casos, de un cierto defecto con el que se supone nacemos y que nos abocaría irremediablemente a un sufrimiento también eterno tras la muerte. La institución en concreto se encarga de guiar a sus fieles en su camino, interpretando sus textos sagrados, y en algunos casos hace de intermediaria con la divinidad o divinidades a las que adora. Quienes se acogen a una religión, asumen que la verdad la tienen quienes jerárquicamente están por encima de ellos, -hombres estudiosos de los libros seleccionados-, y ante ellos, como intermediarios con la divinidad, responden. La mayoría de las grandes religiones tienen un carácter marcadamente expansivo.
La vía personal intenta dar respuesta a las preguntas vitales: quiénes somos, a dónde vamos, qué hacemos aquí. Pero como camino personal, no se acoge a ningún dogma, a ninguna normativa. Quien siente curiosidad, investiga y busca por todas partes, pero no ha de rendir cuentas a nadie salvo a sí mism@, puesto que considera que la responsabilidad moral y ética está clara dentro de cada uno de nosotros, que la verdad es enorme y no tiene que reducirse a un conjunto de normas, ni de libros; que es el saber – y por tanto nuestra capacidad de aprendizaje- lo que nos dará la libertad de crear un bienestar propio y común. Es una vía filosófica, y bastante más experimental que teórica, que se encuentra muchas veces también en la propia ciencia.
Por último, aclarar que el Yoga entra dentro de la vía personal. Hay religiones que se han servido de algunas partes del Yoga, pero el Yoga, más allá de su sana vertiente física, no es sino la invitación a explorar la verdad que existe dentro de nosotros, a aprender lo que nadie nos puede enseñar, a unir los trozos en los que hemos dividido nuestra existencia (“yoga”= “unión”). El Yoga se sirve de maestros que experimentaron antes, que están seguros de que en cada persona no hay defecto sino un potencial inmenso a desarrollar aquí y ahora; maestros que te pueden enseñar las técnicas que a ellos les sirvieron, y que te mostrarán diferentes vías hacia el conocimiento; pero todos te dirán que sólo tú puedes recorrerlas, que sólo tú puedes descubrir quién eres, a dónde vas y qué haces aquí.
Sea como sea, hayamos elegido la vía que hayamos elegido, vivamos y dejemos vivir, porque más allá de las instituciones, somos personas, y en el fondo, todos buscamos lo mismo: no somos más que seres asustados ante la muerte que buscan una respuesta al sentido de existir. Y si tenemos esa capacidad de preguntar, es porque hay una respuesta. Dejémonos equivocarnos, aprender, desaprender, danzar, correr, volar, amar. Comprendamos nuestro miedo, y el de los demás, y algún día entenderemos que el odio jamás fue la respuesta para ninguna cosa.
Mi visión, como buscadora y yoguini, es que la Danza del Universo es una, inmensa, desbordante y maravillosa, pero hay millones y millones de buscadores diferentes bailando, aportando sus compases, su belleza, sus preguntas, su valentía de vivir a cada instante y su sentir.  Y eso es lo que hace que todo este baile sea tan fascinante. Y eso es lo que me lleva a compartir aquí mi propia experiencia. Gracias por compartir la vuestra, por esas 4000 visitas y vuestros amables comentarios. Gracias por seguir ahí, danzando en este rincón del universo J
(Imagen puerta: Danilo Rizzuti; Imagen loto: seaskylab)

viernes, 12 de agosto de 2011

El "enjuiciador"

Dentro de tu mente hay una voz permanente, una especie de “enjuiciador” (aceptemos la palabra para este post) que otorga su dictamen a cada cosa que haces, a cada pensamiento que tienes. Habla siempre, y te has acostumbrado tanto a ella que ya ni te das cuenta de que está, de que acompaña cada uno de tus pasos, dirigiendo tu ego. Ese enjuiciador se formó hace mucho tiempo, a la par que tu propio personaje, se alimentó de las cosas que te decían las personas que más te influyeron de pequeño: si eras bueno, malo, travieso, distraído, tonto, listo… Tú, que sólo querías que te quisieran, escuchabas atentamente para intentar amoldarte a lo que "estaba bien". Así nació ese enjuiciador, que te ayudó a aprender y recordar cómo debías ser, que hoy encuentra cualquier excusa para darle la razón a los que te decían que eras tonto y malo, o reafirma tu temor de no ser ya todo lo bueno y listo que eras antes, cuando las cosas eran más sencillas. Y lo peor es que esa voz se sigue alimentando hoy también de juicios externos, o de lo que tú piensas que son juicios externos y que en el fondo desconoces, dando lugar a historias que sólo existen en tu mente, montándote pelis que te afectan en tu vida cotidiana
Si estás harto de ese enjuiciador personal desfasado y cuentista, el primer paso para librarte de él es hacerte consciente de que existe, y el segundo, escucharle con todo el amor del que dispongas, porque ese enjuiciador no es más que el niño que fuiste y que aún vive dentro de ti, y que desea hacer las cosas bien para ser amado, o justificar en actos externos que no te sientas querido. Eso es todo. Después, réstale importancia a esos juicios caducos, y mira con los ojos de hoy, dejando que las cosas sean como son, dándote la oportunidad de ser como eres. ¿De verdad tenía razón el enjuiciador? ¿eres tonto por haberte equivocado? ¿eres malo por haber dicho que no a algo? ¿existen las personas perfectas?.
Sólo desde la consciencia y desde el amor por ti mism@ puedes iniciar un cambio si lo deseas, pero piensa antes por qué deseas cambiar, o para quién. Debes cambiar para ti y no para los demás, porque cada uno de nosotros arrastra su propio enjuiciador, nuestra propia lucha absurda con nosotros mismos para ser amados, y todos tendemos a juzgar en el resto cosas en las que nos sentimos fracasados en esa lucha interna. Todos estamos aprendiendo.
Sólo si aceptas lo que eres ahora, y encuentras el amor incondicional dentro de ti, otorgándote el derecho a equivocarte y perdonándote para aprender, podrás caminar lo suficientemente ligero de equipaje para llegar lejos. En ti existen todas las puertas que abrirán las respuestas a tus preguntas; en lo más profundo de ti, donde aunque no lo creas sólo existe el Amor, sabes lo que debes o no debes hacer y por qué actúas como actúas. Sigue tu camino, deja que los demás sigan el suyo, celebra los encuentros, y también los desencuentros, y no dejes de detenerte a observar un mundo lleno de vibrante vida que cuenta con tus pasos para seguir evolucionando.  
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